Por Paul Achar Zavalza, artista plástico y Vocero de la Sociedad Mexicana de autores de las Artes Plásticas (Somaap).
El muralismo es parte del gran acervo de México al mundo.
Retomo el análisis del periodista José Alfonso Suárez del Real y el paralelismo que establece entre la pedagogía y el arte.
El analista parte de la idea de Aristófanes de que “Educar a los hombres nos es como llenar un vaso, es como encender un fuego”.
Al iniciar este mes, en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el Gobierno de México conmemoró el centenario de la integración formal del muralismo mexicano al proceso educativo concebido por José Vasconcelos.
José Vasconcelos promovió, ante el candidato Obregón, la importancia de provocar una revolución cultural y educativa, cuyo eje fue fortalecer la escuela pública sobre las privadas y generar el acceso a las artes a través de las “misiones culturales” e integró las artes plásticas a la Universidad.
En ese momento se rescató el valor evangelizador de la pintura en los muros de los conventos de los frailes y se propuso a los artistas transformar los muros de la Escuela Nacional Preparatoria (San Idelfonso). Así la pintura monumental funcionó como memoria y origen de la raza cósmica que predicaba Vasconcelos.
Cuando el muro se convierte en instrumento educador, se democratiza el arte y se libera al artista del clasismo inherente al caballete. Al mismo tiempo, el muro recuperar el valor de la imagen histórica como parte del imaginario colectivo.
Más tarde, durante la Independencia, el muralismo encontró en el guanajuatense Diego Rivera a su precursor. En su obra “La Creación” -plasmada en el Anfiteatro Simón Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria- se logró cumplir con el precepto pedagógico que el sabio Aristófanes otorgó a la educación de la humanidad.
Hoy, existe una tarea incipiente para librar al mundo de la obscuridad de una pandemia. Así como la mortandad revolucionaria y la pandemia española encontraron en el arte inspiración para no permitir hundirnos en la incertidumbre y el miedo, hoy el muralismo puede ser una voz que nos rescate de la voz, la obscuridad y el sin sentido.
Los creadores tenemos un papel fundamental para generar nuevas perspectivas de vida, compartir lo inefable e incluso una belleza que parece oculta cuando nos asola el peligro.
El muralismo en efecto implica encender un fuego, pero también es un aliciente a la proactividad de quien busca sentido y respuestas. Es compartir visiones únicas de la actual conformación del mundo y abrir esperanza en realidades más felices e incluyentes. Es el antídoto a la devastación del hombre y de su entorno.