Por Ivette Estrada
Los rituales son un acto repetido, una costumbre. Forman parte de la cultura en la que se crean intersecciones con los derechos, ceremonias, lenguaje, comportamientos, normas y valores generalmente aceptados.
Es un hecho comunitario y periódico lleno de simbolismos y que conforma los hitos: «Esto es lo que hacemos juntos y el uno para el otro». Se trata de la construcción explícita de la comunidad y que durante la pandemia mundial se suspendió. Hoy tratamos de reintegrarnos a los núcleos sociales y volver a estar juntos.
Las nuevas generaciones son renuentes a experimentar rituales: los últimos años de universidad fueron en casa y posiblemente el esquema de teletrabajo marque su primera experiencia profesional.
No obstante, los rituales no sólo palian la soledad y nos permiten cerrar círculos y abrir nuevos episodios. Tienen un sentido muy importante en la mente subconsciente con la que nos comunicamos mediante símbolos.
En las ceremonias funerarias, por ejemplo, con cantos y rezos despedimos a quienes trascienden a otro plano. En este adiós nos acompaña familia, amigos y seres queridos. Este simple acto nos ayuda a transitar un duelo. No hacerlo incide en mucho dolor a los deudos.
En todas las culturas, los rituales nos permiten marcar el inicio de algo en nuestra vida: el nacimiento de un ser y su integración a una comunidad, por ejemplo. Pero también para cerrar círculos y volver conscientes ciertos acontecimientos trascendentales en nuestra vida, como una boda o confirmación de fe.
Aunque en las iglesias se asumen muchos rituales, los más poderosos son los que cada comunidad crea para que sus miembros se sientan integrados a una institución o a un grupo social. Los masones, por ejemplo, tienen un elaborado acto para incorporar a los nuevos miembros.
“Eres parte de nosotros”, es el mensaje principal de un ritual. Su función subyacente es alejar los sentidos de soledad y otredad. Es volver “lo otro” en un “nuestro”.
Las pandillas tienen muy claro el sentido de pertenencia. Saben lo importante que es para los jóvenes ser parte de un grupo. Esta pertenencia es el deseo subyacente en muchas marcas de lujo, por ejemplo.
En el trabajo, este sentido de pertenencia que disminuyó con el teletrabajo ahora trata de recuperarse con reuniones cara a cara y viajes de negocios. Empero, aún aparece cierta reticencia a reunirnos, no somos tan proclives a encuentros laborales o congresos. De alguna manera, aún valoramos si requerimos o no el encontrarnos “cara a cara” con alguien.
El reto empresarial es iniciar o continuar rituales que fortalezcan la noción del nosotros en los equipos de trabajo. A nivel personal, convendría explorar la manera de aumentar nuestros nexos familiares, comunales y sociales.
Que este breve texto sea una invitación para crear rituales de alegría por estar juntos y decir gracias.