EVARISTO VOLVIÓ A ESTREMECER A MÉXICO: UNA NOCHE DE PUNK, MEMORIA Y RESISTENCIA EN ARENA CDMX

La Arena Ciudad de México fue epicentro de una sacudida emocional y sonora que quedará marcada en la memoria de toda una generación. El pasado fin de semana, Evaristo Páramos, ese poeta rabioso del punk ibérico, volvió a pisar tierras mexicanas, y lo hizo con la fuerza incendiaria de todos sus proyectos: La Polla Records, Gatillazo, The Kagas, The Meas y Tropa do Carallo. Más que un concierto, lo vivido fue una ceremonia laica de insumisión, un acto de amor colectivo, una cátedra de honestidad brutal dictada a gritos por uno de los últimos profetas del descontento.

Desde su llegada al país, Evaristo se mostró cercano, afable, generoso con sus seguidores que lo esperaban como quien aguarda el regreso de un exiliado querido. Con más de seis décadas sobre el lomo, el cantante navarro demostró que la edad es una cifra inútil frente al fuego que todavía arde en su pecho. Las cámaras apenas captaban su llegada cuando ya estaba sonriendo, firmando discos, abrazando la nostalgia de los que llevan tatuadas sus letras en el alma.

A las nueve de la noche, bajo un cielo lluvioso que parecía conspirar contra la ocasión, las luces de la Arena se apagaron y comenzó el asalto. “Nuestra alegre juventud”, de La Polla Records, abrió la faena como un puñetazo en el pecho, recordándonos por qué seguimos necesitando a Evaristo en estos tiempos de simulacro. Luego, sin respiro, vinieron “…O esclavos” de Tropa do Carallo y “Otra canción para la policía” de Gatillazo, trazando un mapa crudo, irreverente y vital de cuatro décadas de historia punk.

Fue una velada construida con esquirlas de todas sus etapas, donde las canciones no eran sólo canciones: eran heridas abiertas, himnos callejeros, fragmentos de una ideología que nunca se rindió. Sonaron los clásicos de La Polla Records —“Delincuencia”, “Así es la vida”, “No somos nada”, “Salve”, “Ellos dicen mierda”— como ráfagas de metralla emocional, mientras los temas de sus otros proyectos como “Come libertad”, “Poesía” o “Carne pa’ la picadora” tejían una narrativa que confirmaba lo evidente: Evaristo no pertenece a una sola banda, sino a una causa.

Y en el centro de todo, su figura: delgada, incansable, encorvada por el peso de los años pero erguida en dignidad, encendiendo un cigarrillo entre canción y canción como quien fuma en medio de una barricada. Su voz, afilada como navaja oxidada, no perdió potencia. Cantó sin adornos, sin artificios, con la urgencia de quien sigue escribiendo en tiempo real el manifiesto de los inconformes. Mientras tanto, el slam en la pista parecía un torbellino de cuerpos poseídos, una celebración tribal del desmadre y la hermandad.

Más de cuarenta canciones desfilaron como balas de plata. Cada una fue recibida con la euforia de quien se reencuentra con su adolescencia, con su rabia, con la parte más honesta de sí mismo. Cuando sonó “Ellos dicen mierda”, el público respondió con un coro atronador que hizo vibrar las paredes del recinto. Fue el colofón de una noche que, para muchos, fue mucho más que un concierto: fue un ajuste de cuentas con el pasado, una redención colectiva, un rito de despedida o de bienvenida eterna, según se mire.

¿Y qué decir del silencio entre canciones? Ese momento en el que Evaristo, con la mirada perdida y una sonrisa irónica, soltaba una frase como “los sitios son todos iguales, como es una discoteca tenemos que aprovechar”, y parecía resumir toda su filosofía vital: pasar por el mundo dejando huella, incomodar, cuestionar, resistir. No hacía falta más. Las canciones hablaban por él, y eso bastaba.

Ver a Evaristo Páramos en la Arena CDMX no fue sólo asistir al regreso de una leyenda. Fue abrazar la memoria de una generación que nunca dejó de creer en el poder de la palabra, en la música como trinchera, en el punk como forma de estar en el mundo. Fue llorar de emoción, sudar rabia y bailar con los puños en alto. Porque mientras existan voces como la suya, la mierda seguirá teniendo quien la nombre, quien la enfrente, quien la transforme en canción.

Y eso, en estos días de impostura, no tiene precio.

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