Por Ivette Estrada
Asumimos que todos podemos ejercer el liderazgo, pero muchas veces somos reacios a hacerlo.
Esta es una triste paradoja si consideramos que se trata de un factor esencial en la resiliencia de las organizaciones, pues la capacidad de cada individuo en influir en los demás y obtener su mayor compromiso y capacidades posee un valor mayor en épocas disruptivas y llenas de incertidumbre, como la nuestra. ¿Es algo que se necesita y no queremos darlo?
Existe una poderosa fuerza de tracción que a veces nos inmoviliza e impide ponernos al mando de un grupo. Esto es particularmente cierto en personas tradicionalmente desvalorizados, como las mujeres o integrantes de las minorías étnicas.
¿Por qué rehusamos influir en un grupo? Por miedo.
Primero está el miedo a ser visto como mandón y dominante. La gente tiende a asociar ser un líder con ser imperativo y agresivo. Y eso no queremos ver en nosotros.
El segundo temor es a parecer diferente. De alguna manera nuestro deseo de pertenecer a un grupo nos obliga a no destacar.
El tercero es el miedo a parecer no calificado. Esto es extremadamente común, y es algo que va de la mano con el síndrome del impostor que muchos de nosotros tenemos. «Tal vez no soy la mejor persona porque no lo sé todo, y tal vez la gente no me tome en serio» – Ese tipo de miedo juega un papel importante en la aceptación a ejercer nuestra influencia en los otros.
El síndrome del impostor es el que mayor peso tiene para rehusar el liderazgo.
No es un problema menor: siete de cada 10 personas, en algún momento de nuestra vida, asumimos que nuestros logros o triunfos son producto fortuito o de la ayuda de los demás, pero no de nuestro esfuerzo, capacidad, talento o creatividad.
Tal postura irracional no nos permite tener confianza en sí mismo y rehusar nuestros méritos. Nos asumen como “impostores” y predomina la inseguridad. Incluso, a veces llegamos a padecer ansiedad, depresión y tristeza.
Clínicamente, se reconocen cinco subgrupos del síndrome del impostor: los perfeccionistas, los expertos, los “genios naturales”, los individualistas y los superhumanos. Es decir, personas que nos trazamos metas muy altas y nunca nos conformamos, quienes tenemos conceptos o metas muy elevadas, e incluso aquellos que tenemos dones a ciertas actividades o prácticas.
Si: el síndrome del impostor afecta sobre todo a quienes triunfan, de ahí el interés organizacional por paliar los temores que aparecen con el éxito y el liderazgo.
Por cierto: restructurar el concepto del liderazgo, dotarlo de más rasgos compasivos, humanos y asequibles, nos permitirá paliar el ascendente síndrome que a todos, en algún momento, nos acechó o aún nos persigue.