Por Ivette Estrada
Somos más, mucho más, que polvo de estrellas. Ese sólo es el cuerpo. Pero poseemos mente o morada de la imaginación y las ideas, y una conexión inquebrantable con el principio de todo: el espíritu.
Lo sorprendente es que sólo en la última década se reconoció corporativamente al espíritu o pneuma, que inició con el reconocimiento de distintas creencias y religiones en el trabajo, como parte de las prácticas de diversidad.
Hoy, cuando se detectar el agotamiento laboral en muchos trabajadores alrededor del mundo, se enfatiza la importancia de la salud mental y, en paralelo, aparece la noción de la salud espiritual. Ya no es algo desconocido ni secreto.
Al reconocer que una persona no queda desprovista de lo que cree y de la fe que tiene, que no tiene que ver con religión, se asume al ser integral, al que somos todos. No podemos ser uno en casa y otro diferente mientras se está en la oficina. El teletrabajo derivado de la pandemia nos “humanizo” y comprendimos que todos desempeñamos diversos roles, pero somos la misma persona en distintos contextos.
La espiritualidad en el trabajo es un tema que incide en la salud de todas las personas. Salud no es estar libre de un mal o incapacidad. Es el bienestar pleno. Bajo esa óptica la espiritualidad de cada uno de nosotros tiene un mayor sentido.
Aunque tradicionalmente las personas y sistemas de salud se centran casi por completo en la salud física, la realidad impuso nuevas vertientes de bienestar. El paradigma tradicional de bienestar se resquebraja: falta atender índices de salud espiritual y social.
En 2020, menos del dos por ciento de los médicos y enfermeras de todo el mundo recibieron capacitación en el manejo de problemas de salud mental. Hoy, más del 90 por ciento de todos los gastos de atención médica se gastan en el tratamiento de enfermedades o síntomas físicos y la mayoría de los países ni siquiera intentan medir sistemáticamente la salud mental, y mucho menos la salud social o espiritual.
Sin embargo, en una encuesta realizada a 19,000 personas en 19 países por una consultora internacional de negocios, el 85 por ciento de los encuestados aseguraron que su salud mental es tan importante para ellos como su salud física, y su salud espiritual y social también fueron catalogadas por la mayoría como «extremadamente» o «muy importantes». Las personas comparten esta opinión en los países de ingresos altos, medianos y bajos.
Existen vínculos entre cuerpo, mente y espíritu. Investigadores de la Universidad de Michigan concluyeron que las personas sin un propósito de vida fuerte tienen más del doble de probabilidades de morir, específicamente de enfermedad cardiovascular, respecto a las que tienen una clara misión de vida.
A la par, Científicos de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Chonnam en Corea del Sur encontraron un vínculo entre la ansiedad y los problemas de visión. Finalmente, una investigación de las Academias Nacionales de Ciencias encontró que la soledad entre los pacientes con insuficiencia cardíaca se asoció con un riesgo de muerte cuatro veces mayor y un riesgo 68 por ciento mayor de hospitalización.
Tener la certeza de que estamos asociados al Principio de la Vida y existe algo más grande y poderosos que nosotros, aleja las nociones de desesperanza e incertidumbre en nuestra vida y nos permite mayor salud física y mental. No en vano, las organizaciones de todo el mundo comienzan a develar que las personas que profesan una fe son más resilientes y productivas.
Finalmente, somos más, mucho más que polvo de estrellas. Estamos hechos a imagen y semejanza del Principio de la vida en todos los reinos y mundos. Algunos le llamamos Dios.