Por Ivette Estrada
Ellos, los “otros”, se convierten en espejos. Dejan de ser ajenos y alejados. El confinamiento queda roto…
Y entonces, nos encantaría comprender pensamientos y acciones de los demás. Incluso, consideramos un don la capacidad de establecer intimidad, confianza, persuasión, conformación de los grupos e incluso poder político con otras personas. A esto se le llama inteligencia social y, como cualquier grupo de habilidades, se puede aprender.
En 1984, un grupo de jóvenes de Montreal, recibieron entrenamiento en habilidades sociales como confianza en sí mismos y perseverancia. Hoy, treinta y nueve años después, se lograron documentar los positivos resultados de vida tanto para ellos como para la sociedad en general. Tales habilidades redundaron en mejores empleos, oportunidades económicas, estilos de vida y estabilidad en sus relaciones familiares y personales.
Por otra parte, aunque el premio Nobel James Heckman, economista estadounidense, evaluó el Proyecto Perry, que muestra que la intervención temprana para los niños desfavorecidos puede ofrecer beneficios a largo plazo, ningún estudio, hasta ahora, había logrado separar la influencia de las habilidades sociales no cognitivas de las académicas y que si lo son. Sin embargo, los resultados del experimento iniciado hace décadas arrojan nueva luz sobre esta cuestión.
En sì, el programa de Montreal efectuado en zonas de extrema pobreza se centró exclusivamente en habilidades no cognitivas. Es decir, no proporcionó entrenamiento académico ni contenido. Sin embargo, logró reducir las tasas de criminalidad y dependencia social. De forma simultánea mejoró empleo, educación, probabilidad de matrimonio, composición del hogar, pertenencia a grupos, donaciones caritativas y gastos de matrícula de los jóvenes entrenados en habilidades sociales.
Incluso, en ellos aumentó el ingreso promedio anual de empleo en 20 por ciento. Más aún: se calcula que la intervención en la infancia produce más de diez veces el retorno de la inversión. Sin embargo, las habilidades sociales no sólo pueden aprenderlas los niños. A cualquier edad es posible adquirirlas.
Estas son las esenciales de la inteligencia social: escucha activa o estar plenamente consciente de las emociones de nuestro interlocutor o auditorio y asertividad. Sin embargo, respetar la de los demás, validar emocionalmente o tener la capacidad de que el otro se sienta comprendido y ejercer la empatía está en los primeros lugares de las buenas relaciones sociales.
También resultan relevantes la capacidad de negociación, respeto, credibilidad, compasión, pensamiento positivo y regulación emocional, además de apertura de mente, paciencia, cortesía y el saber expresarse.
En una era de grandes cambios e incertidumbre, donde aún nos enfrentamos a feroces competencias, debemos entender que la base de la economía y relaciones significativas se centra en compartir conocimientos, ideas e insumos. En el cristianismo la ley es: trata a los demás como te gustaría ser tratado.
En suma: las habilidades sociales catapultarán el crecimiento empresarial y permitirán la resiliencia de personas y organizaciones porque respetar y valorar a los otros es la columna vertebral de las habilidades sociales.
Bienvenidos a la era donde compartir es la moneda más valiosa de cambio y las personas están en el cetro de las acciones y decisiones corporativas. Sin duda: los silos desaparecen uno a uno.